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15 junio 2015

Atender a tu bebé es natural, y responder a sus necesidades le proporcionará seguridad.



LA INTERACCIÓN ENTRE LA MADRE, EL PADRE Y EL NIÑO, según la Teoría del Apego de Bowlby.

Por Ana Charfén, IBCLC.
Es importante resaltar que el comportamiento normal de un niño y de su madre, debe ser observado, no reglamentado, y que se puede partir de lo que es normal observando y comprobando, y no a la inversa. Según Bowlby, si a una madre y su hijo se les da libertad de comportarse como deseen después del parto, los instintos naturales fluirán y la madre acariciará a su hijo, lo cual lo tranquilizará. Al cabo de unos minutos, siente el deseo de acercarlo al pecho. El bebé responderá succionándolo, y esta actividad es apreciada tanto por la madre como por los observadores, como un estado de éxtasis (Bowlby, 1989, pág. 19). Este comportamiento es natural, y forma parte de los instintos que han llevado al ser humano al éxito evolutivo. Con el pasar de los días, la madre, al tenerlo en brazos y contemplarlo, típicamente siente que el bebé es suyo. Se llevan a cabo interacciones constantes entre la madre y su hijo, y ella adapta su voz y su conducta para adaptarse a la de él, formándose un diálogo. Dice Bowlby que “la rapidez y eficacia con que se desarrollan estos diálogos y el placer mutuo que proporcionan indican claramente que ambos participantes están preadaptados para entablarlos’’. Cuando la madre y su hijo entran en un nuevo ambiente, el bebé muestra interés y la madre lo sigue, comentando acerca de algún objeto o característica del lugar, produciéndose una experiencia compartida. Se puede observar en la interacción vocal entre la madre y su hijo cierta alternancia, sin interrumpirse mutuamente, aún desde la etapa pre verbal. Esto muestra que la madre de sensibilidad mediana se adapta rápidamente a los ritmos naturales de su hijo, e intenta satisfacer sus necesidades.
Ainsworth y sus colegas (Bowlby, 1989) han observado que los niños cuyas madres han respondido sensiblemente a sus señales durante el primer año de vida, consolándolos cuando lloran y alimentándolos cuando dan señales de hambre, no solo lloran menos durante la segunda mitad de ese año que los bebés de las mamás que no los han atendido tan sensiblemente, sino que están más dispuestos a aceptar los deseos de sus padres, lo cual indica sin duda, que los bebés humanos, al igual que otras especies están programados para desarrollarse de manera socialmente cooperativa; que lo hagan o no, depende de cómo han sido tratados. Se observará que ésta es una visión de la naturaleza humana, radicalmente distinta de la que durante mucho tiempo fue admitida en las sociedades occidentales y que ha impregnado gran parte de la teoría y la práctica clínicas de la psicología, que se ha heredado, y apunta a una concepción completamente diferente acerca del rol de los padres, a los cuales se les anima a negar sus instintos de apego hacia su hijo en aras de “no malcriarlo”. Main y Weston en 1981 (Bowlby, 1989) también estudiaron la relación de los niños con su madre y con su padre y concluyeron que los niños que tenían una relación segura con ambos padres eran más seguros de sí mismos y más aptos; los que no tenían una relación segura con ninguno de los dos, no eran seguros en absoluto y los que tenían una relación segura con uno de los progenitores pero no con el otro, se encontraban en un punto intermedio. Cuando la infancia ha transcurrido mientras el niño puede hacer salidas al mundo exterior y puede regresar sabiendo con certeza que será bien recibido, alimentado física y emocionalmente, reconfortado si se siente afligido y tranquilizado si está asustado, se constituirá como una persona segura. Este rol de los padres consiste en ser accesible, estar preparado para responder cuando se le pide dar aliento, y tal vez ayudar cuando es evidentemente necesario. A partir de estudios de adolescentes y adultos jóvenes, se demuestra que los más estables emocionalmente y los que sacan el mejor partido de sus oportunidades son los que tienen padres que son más accesibles y sensibles cuando se recurre a ellos. La conducta de apego es cualquier forma de conducta que tiene como resultado, el logro o la conservación de la proximidad con otro individuo claramente identificado como el que se le considera mejor capacitado para enfrentarse al mundo. El saber que la figura de apego es accesible y sensible le da a la persona un fuerte sentimiento de seguridad, y la alienta a valorar y continuar la relación. Esta conducta es muy obvia durante la primera infancia pero puede observarse a lo largo del ciclo de vida, sobre todo en situaciones de emergencia, se le considera parte integral de la naturaleza humana y la compartimos con otras especies. Ningún padre proporcionará una base segura, según Bowlby para su hijo que crece, a menos de que tenga una comprensión intuitiva de la conducta de apego de su hijo, y es aquí donde el término tradicional “dependencia” tiene una influencia tan perniciosa, porque lleva una valoración adversa y suele ser considerada como una característica solo de los primeros años, de la cual hay que desprenderse pronto; como resultado de esto, la conducta de apego ha sido mal interpretada en algunos círculos clínicos cuando se manifiesta en los años posteriores a la infancia temprana e inclusive tildada de regresiva. (Bowlby, 1989)
 
Trabajos citados
 
Bowlby, J. (1989). Una Base Segura: Aplicaciones clínicas de la teoría del apego. Argentina: Paidos.

1 comentario:

  1. Gran artículo, creo que es completamente cierto, si estás con él y le ayudas a calmarse y darle confianza, esto se notará en un futuro en su comportamiento.

    Buena info.

    Saludos,

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